Las Palmas B, 0; Real Murcia, 1.
Si los
partidos de fútbol tuvieran un Charles Darwin para estudiar su evolución, hace
tiempo que los hubiera clasificado, desde su origen, en partidos en los que no
importa el resultado (seguramente aquellos primeros disputados entre
primates), partidos en los que importa
el resultado, partidos en los que sólo
importa el resultado y, por último, partidos que son el resultado. Este último tipo de encuentros, en efecto,
parecen estar en la cúspide de la evolución, porque más allá sólo está que el
rival no comparezca, el sueño de todo entrenador profesional. Entre este tipo de
partidos perfectos, el más refinado del mundo actual es el 0-1, que en el reino de la picaresca ha llegado a convertirse en concepto (cerouno), más que en resultado. De hecho, es evidente que hay cerounos que terminan 0-2, e incluso hay
quien se atreve a hablar del concepto de cerouno
en algún 0-3. El cerouno se fundamenta
en el cero, en no encajar gol por
nada del mundo, y el camino más seguro para ello es que
nada, o casi nada, vaya entre tus tres palos. La siguiente premisa, el uno, es algo más compleja, pero el
concepto cerouno se basa en que siempre
puede llegar el uno, por muy mal que
juegues, por poco que hagas, en cualquier rebote o despiste del rival. El cerouno ideal, lo que establecen los cánones
del cerouno, es que el uno llegue pronto y que después apenas
se juegue, que nadie tire, que pase el tiempo, que se pierda cada segundo posible hasta la
desesperación del rival, que se transmita una sensación de impotencia que
termine por aburrir, que todo el mundo presente en el campo, mediada la segunda
parte, admita que está asistiendo irremediablemente a un cerouno. El cerouno tiene
críticos acérrimos, puede gustar poco o muy poco, pero es lo que hay. La
evolución.
El
murcianismo conoce perfectamente lo que es el cerouno, de hecho es experto en cerounos.
Pero en sufrirlos, en estar casi siempre del lado del cero. No hay hincha grana que no los recuerde, año tras año, desde
los últimos de La Condomina vieja y de toda la vida en Nueva Condomina. En
algunas comidas murcianistas, de hecho, sólo hablamos de cerounos sufridos, y el tema se alarga fácilmente al
gintonic. Por algún motivo, el Murcia siempre se ha agarrado a un pasado
señorial, a unas raíces nobles que nos privaban de esa evolución. De ese gol de mierda, a balón parado casi
siempre, de esa pérdida de tiempo irritante, de ese juego sin juego, de sacar
provecho y robar tiempo de cada acción, de esa impotencia para el rival, de esa
nada que es todo, la vida, los tres putos puntos. En Las Palmas, el Murcia de
Salmerón se marcó un cerouno de
manual, precioso, de escuela de fútbol. Gol tempranero a balón parado, churro de gol, por error garrafal del portero. Y después, la nada. Un cerouno precioso, con añadidos que
lo embellecieron más, como la mierda de campo de césped artificial en la que te
castiga el filial de mierda de turno. En Las Palmas, por fin, el Murcia pudo
disfrutar de un cerouno, pero ahora
le toca al murcianismo aprender a disfrutarlo, a saber dónde está. Recordar a Charles
Darwin, recordar aquellos primeros partidos disputados entre primates y la
evolución del fútbol. Te puede gustar poco o muy poco, pero es lo que hay. Esa
impotencia para el rival, esa nada que es todo, los tres putos puntos, la vida.
Real Murcia: Biel Ribas, Juanra, Orfila, Mateos, Forniés; David Sánchez, Armando; Santi Jara, Llorente (Jordan, 75'), Elady (Abel Molinero, 56'); Chamorro (Nadjib, 82').
Goles: Como mandan los cánones.
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