Algo para recordar

Alejandro Oliva (@betandtuit)

Real Murcia, 3; Extremadura, 2.
Jugaba el Murcia a las 5 en La Condomina de siempre, y después del partido los domingos se iban apagando poco a poco con la sintonía de Estudio Estadio de fondo, cuando ya nos dejaban verlo entero, pero con reparos, que al día siguiente había clase. Los lunes, en el colegio, comentaba los partidos con Ramón Abellán y Pepe Sánchez Cuenca, que también iban al estadio con sus padres. Si cierro los ojos aún puedo ver a Pepe hablar de un gol de Mejías o a Ramón rajar de Ibeas mientras yo defendía a Timoumi. La tertulia de los lunes era un clásico para nosotros tres, que nos sentíamos especiales. Éramos del Murcia porque nuestros padres eran del Murcia. En una clase de casi 40 alumnos, sólo nosotros tres íbamos al fútbol los domingos; sólo tres padres de casi 40 iban a ver al Murcia en la mejor época de su historia: de aquellos diez años de cole, seis los vivimos en Primera; y de las cuatro temporadas en Segunda fuimos campeones en tres de ellas. Nos sentíamos especiales, pero no locos: lo normal, pensábamos, era ser del Murcia. Luego, ya en el instituto, no recuerdo a ningún murcianista en las cuatro clases en las que estuve, bueno, en una sí había uno, pero era Pepe. Aquel ya era un Murcia a la deriva, que no pudo rematar el ascenso a Primera en Zaragoza y sufrió su primer descenso administrativo; un Murcia decadente, que había pasado de moda, sin solución ni futuro. En el instituto las tertulias de los lunes se convirtieron en mofas, y ser del Murcia ya no era normal, sino algo extraño, casi una locura. La locura de ser del Murcia en Murcia. A esa edad uno debe decidir sobre demasiadas cosas, uno decide casi sin darse cuenta gran parte de su futuro. Pero seguir siendo del Murcia no lo recuerdo como una elección. Seguir siendo era irremediable. Y eso que se intuía que no iba a traer muchas alegrías. Pero no había puerta de salida, te quedabas allí, en el Murcia, ese lugar en el que, por algún motivo que se te escapaba, el murcianismo vivía feliz entre sus recuerdos inolvidables y sus sueños inalcanzables. Ayer, en el patio del colegio de mi hijo, rodeado de zagales con camisetas blancas, negras y azulicas de Cristiano, me acordé de mis amigos Ramón Abellán y  Pepe Sánchez Cuenca. Y cuando en mi cabeza comenzó a sonar la sintonía de Estudio Estadio, imaginé a tres de esos niños hablando de los goles de Macauley Chrisantus.

Rafael Martín Vázquez fue el mejor centrocampista español de mi juventud. En 1990 hizo un Mundial de Italia brillante, valiente e injustamente olvidado. Martín Vázquez representa para mí lo mejor del fútbol como deporte a secas, como juego maravilloso, como espectáculo, como arte; el fútbol que tanto disfruté hasta los veintitantos años, y que aún sigo disfrutando, el fútbol sin el Murcia, un fútbol que me encanta, pero no tanto; no tanto como el fútbol que se vive, el que apasiona, el fútbol de verdad, el fútbol con el Murcia. Martín Vázquez siempre será para mí ese primer fútbol y curiosamente lo volvió a ser el domingo en Nueva Condomina como entrenador del Extremadura: qué partidazo hizo, qué bien jugó a ese fútbol, cómo superó al Murcia, cómo destrozó todo el sistema defensivo salmeronista como nadie lo había superado. También mostró carencias, quizá las mismas que la carrera de Martín Vázquez, carencias que pudieron costarle un par de goles ya en la primera hora de partido. Pero lo normal es que ese 0-2 se hubiera ampliado mediada la segunda parte y que el murcianismo viviera ahora entre las dudas y la depresión, justo antes de llegar (o no) a los playoff. Lo normal es que Nueva Condomina nos volviera a dar una tarde de sueños inalcanzables, no de recuerdos inolvidables; lo normal no era una tarde de nombres que pasan para siempre a la historia del Real Murcia, como pasó el de Macauley Chrisantus. Qué bien que pasen a la historia nombres así: imagino la felicidad de nuestra lista de nombres para la historia al ver entrar por la puerta grande el de MACAULEY CHRISANTUS. Quedarás para siempre, Macauley. Quedará el nombre de Chrisantus y la fe de un equipo acostumbrado a marcar en el añadido, a no tirar la toalla, a seguir hasta el final. Quedará la intensidad del equipo y el empuje de la grada, decisiva en ese impulso final. Quedará el huracán de fútbol, del fútbol como deporte y del fútbol que se vive, que nos hizo olvidar durante unos minutos dónde y cómo estamos, olvidar todo menos lo que somos. Quedará todo eso, aunque seguramente se perderá lo importantes que fueron David Forniés y Carlos Martínez para que eso ocurriera. Quedará Macauley Chrisantus, sus dos remates divinos, el delirio, la locura, la fiesta en Nueva Condomina, que fue una explosión de fiestas entrelazadas, cada uno la suya y todos en cada una, cada uno su hijo y su padre y su hermano; su gente que no está o ya no puede estar; sus compañeros de grada abrazándose, su señor de detrás con su hija, su señor de delante emocionado. Seguir siendo. Cada uno tiene su historia, su murcianismo heredado, adquirido o conquistado, de infancia o de juventud o ya de madurez, la historia de su pasión. Cada uno tiene su seguir siendo, su manera de volver al patio del Narciso Yepes los lunes, con Ramón y Pepe, después de un domingo en La Condomina. Seguimos siendo del Murcia sólo para poder recordar. Seguiremos siendo de equipos que convierten los partidos en recuerdos y el fútbol en memoria.

Real Murcia: Biel Ribas; Orfila, Charlie, Molo, Forniés; David Sánchez (Elady, 55'), Armando (Fran Carnicer, 66'), Juanma; Pedro Martín (Carlos Martínez, 77'), Chrisantus, Santi Jara.
Goles: 0-1 y 0-2, Rafael Martín Vázquez; 1-2, Carlos Martínez (84'); 2-2, Chrisantus (92') ; 3-2, Chrisantus (93'). 


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