El engaño (II)


Alejandro Oliva (@betandtuit)

Real Murcia, 0; Real Balompédica Linense, 2.
Sobre el origen del lenguaje humano se conoce mucho pero no se sabe casi nada. Conocemos bastante sobre cómo nos pusimos a hablar, algo simios todavía, sobre cuánto duró el proceso y qué nos empujó a hacerlo. Pero no podemos estar seguros de casi nada. Al preguntarnos por el origen del lenguaje, además, nos preguntamos por el origen de todo lo demás, de todo este revuelo que hombres y mujeres tenemos en la cabeza, este conocimiento o tontería, según se mire, que no deja de darnos vueltas, este sufrir, este querer, este sentir, estos recuerdos y miedos, este continuo pensar en los playoff. Sobre el origen del lenguaje humano siempre existieron mitos y leyendas, y luego llegaron todo tipo de tesis científicas, más o menos demostradas hoy. Pero lo único cierto es que poco a poco, a medida que nos poníamos en pie, y en unos cuantos milenios, nuestro cuerpo y nuestro cerebro se desarrollaron de tal manera que empezamos a hablar, a pegarnos la paliza unos a otros. No sabemos bien cómo, pero tampoco por qué. No sabemos el motivo que llevó a esos tipos, algo simios todavía, del gruñido a la palabra. Expertos de todo tipo  -lingüistas, biólogos, neurólogos, paleoantropólogos y más cosicas- han lanzado sus teorías sobre qué nos empujó a hablar: la necesidad de las madres de enseñar a los chiquillos, dicen unos; la caza, las ganas de un buen chuletón a la brasa, dicen otros; la poesía o el canto, la necesidad de expresar emociones, que fue decisiva, según otros expertos; o simplemente que follar se empezó a poner jodido y había que empezar a seducir, explican otros; y hay incluso quienes aseguran que el elemento fundamental en el desarrollo del lenguaje fue la necesidad de engañar. Ojo con estos, sí, sí, que lo tienen muy claro. Empezamos a hablar, sobre todo, para poder mentir. Más que por un buen chuletón a la brasa, más que por las ganas de follar cuando empezó a ponerse jodido lo de follar. Esta gente sabe, cuidado, esta gente tiene estudios que no se regalan. Esta gente reivindica el papelón del engaño en nuestra evolución, el engaño como el gran tapado. Y hablan de todo tipo de engaño, claro, no sólo del cruel y fácil embuste. El engaño del cuento y de la magia, del teatro, del cine; el engaño del regate y de la mentira piadosa. El engaño no es un lateral prescindible, el engaño es un mediocentro por el que circula todo este revuelo que tenemos en la cabeza hombres y mujeres, este conocimiento o tontería, según se mire.

El murcianismo llega tocado a la primera ronda de las eliminatorias de ascenso, algo confuso, tras otras dos derrotas en casa de la recta final; algo perdido, tras dos jornadas en las que el equipo pudo relajarse por fin, tras meses sin poder hacerlo. Era el último partido y no lo fue, y sólo por eso el murcianismo debe estar feliz. El último partido es nuestro miedo, nuestra pesadilla repetida desde hace años: el jugar y no volver a hacerlo. Ese fantasma que nos persigue lo hemos vuelto a esquivar, y por quinto año consecutivo jugaremos más allá de la liga, a la espera de poder hacerlo la próxima temporada. Pero todo se ha desmoronado en estas últimas semanas, toda la confianza acumulada, todas las buenas sensaciones. La palabra solidez se nos ha caído, la hemos perdido, enterrada por tantos partidos encajando goles en casa, y junto a la solidez se han ido derrumbando todos sus sinónimos, todos, poco a poco: ya no somos firmes, ya no somos seguros, ya no somos fuertes ni graníticos ni rocosos. Hemos perdido tantas palabras por el camino que ahora vemos el ascenso más lejos que en marzo. Llegamos tocados a este playoff, más que al anterior pero menos que al otro, y quién recuerda ya los anteriores. Todos terminaron mal y ahora, cuando las piernas se doblan ante la llegada del Elche, sólo podemos agarrarnos a lo que no tuvimos en aquellos: José María Salmerón. Agarrarnos a él y al engaño que mueve al mundo, a la intuición de que lleva un par de semanas engañándonos a todos, de que sabe tanto que no ha querido mostrar todo lo que somos. ¿Cómo no vas a ser ahora sólido, José María? Venga ya, hombre. ¿Qué? ¿De pronto has dejado de ser rocoso? ¿Ahora? No me jodas, José María. Que te hemos visto salir en un playoff a destrozar a patadas e intensidad a aquel superrealmadridcastilla, al que fulminaste. Nos agarramos a Salmerón, y al engaño que mueve al mundo, a que al comenzar los playoff  se acaban todos los análisis, los sistemas y el fútbol y comienza otra cosa: las batallas en el alambre que no dejan heridos, las peleas estratégicas dominadas por el miedo, los intercambios de golpes en el barro y la agonía que tienen mucho más que ver con la vida que con el fútbol. Las tardes tienen una luz de playoff tan terrible que tienen hasta prórroga. ¿Cómo no vas a ser sólido ahora, José María? ¿Nos has engañado a todos y vas a fulminar al Elche, no? Nos agarramos a eso, sólo podemos agarrarnos a eso; nos dejamos engañar, nos engañamos a nosotros mismos. Y llenaremos Nueva Condomina con esa ilusión murcianista que no tiene tanto que ver con el ascenso como con que no sea el último partido, con que podamos ver jugar al Murcia para siempre.

Real Murcia: Biel Ribas, Pedro Orfila, Charlie, Molo (Pallardó, 24'), Forniés; David Mateos, Armando, Fran Carnicer (Elady, 57'); Carlos Martínez (Ongenda, 71'), Chrisantus y Xiscu.

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